Canal de Isabel II y el Pontón de la Oliva: cómo el agua llegó del río Lozoya hasta Madrid hace 170 años
El agua es vida. Ayuda al desarrollo de la agricultura y con ello a la alimentación de las millones de personas que poblamos el planeta, también supone un elemento fundamental desde el punto de vista sociológico, ya que muchos avances en materia de higiene y paralización de pandemias también han dependido de la manera de tratar el agua. En definitiva, el agua es casi el Santo Grial para la conformación de cualquier civilización.
De hecho, pueblos antiquísimos como el azteca, el egipcio o el mesopotámico tenían dioses del agua a los que rendían culto de manera férrea para que sus ríos no perdieran el caudal que necesitaban para sus cultivos. Sin duda, no es casualidad que los pueblos que más han aportado a nuestro presente, con permiso de la ingeniería hidráulica aportada por el pueblo romano, se establecieran a las orillas de ríos tan importantes como el Éufrates, el Nilo o el Tigris.
Es más, el agua era tan mágica y sagrada que, según la mitología clásica, lograba hacer inmortales a las figuras terrenales, como cuando Aquiles fue sumergido por su madre, Tetis, en las aguas del río Estigia, dejando, sin embargo, su talón vulnerable a la muerte.
Madrid, nueva capital: más población y falta de abastecimiento de agua
Tampoco es casualidad, por tanto, que las ciudades más importantes de España hayan sido Toledo y Madrid, ambas dominadas por las aguas del Tajo y del Manzanares.
En el caso de Madrid, que comenzó su grandioso desarrollo en la época de Felipe II cuando el Rey la consagra como capital española en 1561, momento en el que instala su corte de forma permanente y dejando de lado el nomadismo de los Reyes Católicos. Un momento en el que el agua toma un papel absolutamente relevante en el desarrollo de la ciudad, tanto desde el punto de vista poblacional como económico.
El Manzanares, en principio, fue un río que abastecía de manera regular a los madrileños, pero pronto se quedó pequeño debido al aumento de los ciudadanos, que venían a la capital en busca de nuevas oportunidades, y a la contaminación.
El alivio de tal falta de agua se alivió, en un inicio, con las aguas que corrían por el subsuelo, sin embargo, también fueron insuficientes, ya que en la mayor parte el abastecimiento dependía del agua de lluvia y ésta no siempre era abundante.
De este modo, era necesario abordar un proyecto de envergadura que, a falta de agua del Manzanares o los pozos subterráneos, trajera el agua hasta Madrid. Pero ¿cómo?
La intervención del ministro Bravo Murillo
En el S. XIX, momento de gran efervescencia para los avances industriales, se redactaron varios proyectos hidráulicos que pretendían dar con la solución de abastecer a la población madrileña, sin embargo, pocos terminaban cuajando. La situación cada día era más complicada por la ausencia de suministro, de modo que el ministro Juan Bravo Murillo abordó la problemática con urgencia: aprobó una Real Orden en marzo de 1848 para encargar a los ingenieros Juan Rafo y Juan de Ribera el estudio de una nueva propuesta que garantizara el suministro de agua.
Ambos apostaron por traer las aguas del río Lozoya a Madrid. Una idea que encantó a Bravo Murillo, razón por la que decidió poner todo su empeño en conformar un anteproyecto que se aprobaría en 1851 y que se convertiría en la primera piedra de un gran proyecto: el Canal de Isabel II.
Los planes se comenzaron a poner en marcha con el apadrinamiento personal de la Reina Isabel II y Bravo Murillo; pero, además, el Gobierno quiso involucrar a los madrileños, les invitó a que invirtieran en la construcción de este súpercanal a cambio de dividendos o beneficios con el fin de sufragar algo grandioso. A mediados del S. XIX José García Otero fue nombrado director del proyecto y se rodeó de los mejores ingenieros de caminos del momento, entre ellos Lucio del Valle, el propio Juan de Ribera o Eugenio Barrón.
Una presa de 27 metros y un canal de 70 kilómetros
En ese momento se pensó a lo grande, no podía ser de otro modo tratándose del agua y de la ciudad más importante de Europa. Se contempló el levantamiento de una presa de 27 metros de altura en el Pontón de la Oliva, un canal de más de 70 kilómetros de longitud, así como un gran depósito en el Campo de Guardias en la ciudad.
En pleno verano, en agosto de 1851, se coloca la primera piedra del Pontón de la Oliva y se da inicio a un faraónico proyecto que contó con miles de peones y maquinaría de la época. De hecho, y como curiosidad, muchos de los trabajadores eran presidiarios que vivían cerca del Pontón.
Pero, además, y también como un hecho novedoso, los ingenieros se instalaron en Torrelaguna y se comunicaban con los hombres a pie en los diferentes tramos del canal con palomas mensajeras previamente adiestradas. Desde el principio, la construcción tuvo que superar infinidad de obstáculos como riadas e inundaciones, epidemias entre los trabajadores, falta de fondos o problemas políticos retrasaron mucho los trabajos.
Sin embargo, uno de los mayores imprevistos fueron las filtraciones, así como la falta de impermeabilidad del lecho y se tuvieron que arrojar más de 20.000 sacos de arcilla para taponar los escapes de agua. Cinco años más tarde, en 1856, finalmente se comenzaron las obras, lideradas por José Morer, para lograr distribuir el agua en Madrid, así como de la red de alcantarillado.
1858: ¡Por fin las aguas del Lozoya llegan a Madrid!
Por fin, el 24 de junio de 1858 las aguas del Lozoya llegaron a Madrid. La red de distribución alcanzaba los 5 kilómetros de longitud y la de alcantarillado tenía una extensión de 25 km. Es decir, las principales instalaciones de Canal de Isabel II estaban preparadas para la puesta en servicio y el agua del Lozoya sería una realidad.
Se instaló, además, una fuente especial para la inauguración en la calle San Bernardo para hacer una inauguración por todo lo alto y para que todos los madrileños contemplaran con asombro –muchos dijeron que era “un río puesto en pie”– cómo manaba un imponente chorro de agua.
No obstante, y a pesar de la algarabía, los festejos no frenaron las filtraciones en el Pontón y se temía que el embalse quedara seco durante el verano por lo que hubo varios proyectos con el fin de no dejar sin agua a Madrid en el verano de 1859. Para ello, se derivaron las aguas del río Guadalix, se erigió el azud de Navarejos a varios kilómetros más arriba del Pontón con el fin de reconducir el agua hasta el canal original sin hacer escala en el embalse.
Finalmente, la solución definitiva fue el proyecto de construcción de una nueva presa aguas arriba del Pontón: la presa de El Villar, que en su momento fue la más alta de España y que todavía se mantiene en servicio, regulando las aguas del Lozoya.
El Pontón de Oliva, la semilla de Canal de Isabel II
Pese a su corta vida útil, el Pontón de la Oliva pudo contribuir someramente al abastecimiento a la capital en esos primeros años. Y si bien cayó rápidamente en desuso, hoy todavía se alza imponente en la sierra madrileña, recordando a los deportistas y paseantes que frecuentan la zona que en ese mismo lugar hace 170 años comenzó la aventura de Canal de Isabel II, la empresa pública dependiente de la Comunidad de Madrid que ya no sólo abastece a la capital, sino que opera el Ciclo Integral del Agua en toda la Comunidad de Madrid.
Canal, hacia el futuro verde de la Comunidad de Madrid
Calidad, sostenibilidad e innovación son los pilares de la actuación de Canal de Isabel II a lo largo de sus 170 años de historia, y, por supuesto, de cara al futuro. La sostenibilidad se traduce en una economía verde de los recursos aplicada al buen uso del agua. Se trata de una empresa puntera que busca el uso eficiente de los recursos como el agua, la competitividad en el sector del agua, la innovación en los nuevos procesos de depuración y la generación de energía utilizando como fuente el agua, esto es, buscar una rentabilidad medioambiental.
Son 170 años en los que la empresa pública ha ido evolucionando hasta asumir los retos medioambientales para lograr una región más sostenible. Desde que se construyó el Pontón de la Oliva hasta los nuevos proyectos que ahora desarrolla, en línea con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU y tomando como referencia el compromiso medioambiental.
Por ello, Canal impulsará la eficiencia energética y la energía verde mediante el desarrollo de proyectos vinculados a la energía solar o al hidrógeno verde: construirá una planta pionera en España de generación de hidrógeno verde, un elemento clave en la descarbonización, que además será la primera en utilizar energía renovable y agua depurada como fuente de generación del hidrógeno. La construcción de esta planta supondrá una inversión estimada de 24,5 millones de euros, y tendrá una potencia instalada de 5 Megavatios.
Otro proyecto clave será el despliegue del Plan Solar, con el que se pondrán en servicio instalaciones fotovoltaicas propias para autoconsumo eléctrico a través de una inversión de 33 millones de euros, con el objetivo de obtener energía renovable y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
Según el último análisis realizado por la agencia de calificación de riesgos Ficht en el sector de las utilities para medir el poder de adaptación de las empresas a la sostenibilidad, sobresalen diez empresas españolas entre las 100 empresas líderes mundiales de sostenibilidad. Entre esas diez, junto a Iberdrola, Naturgy o Enagás, por citar algunas, se encuentra Canal de Isabel II, empresa pública de la Comunidad de Madrid, como gestora del ciclo integral del agua, y gracias a proyectos como el Plan Solar y el hidrógeno verde, que van encaminados a potenciar la economía verde y sostenible en la Comunidad de Madrid.